Había una vez un hombre que contaba historias,
historias con moraleja.
Todos los miércoles se sentaba en un banco de una plaza,
siempre el mismo.
No decía una palabra hasta estar rodeado de gente,
mucha gente.
Le gustaba cuando entre los grandes fresnos se colaba un sólo rayo de sol,
y lo señalaba a él.
Sólo a él, en su banco.
Sólo cuando se formaba un círculo cerrado a su alrededor,
empezaba a hablar.
Le gustaba cuando brisas entrecortadas acariciaban su cara,
sólo su cara.
Todas sus historias tenían moraleja.
Todos escuchaban.
Cuando terminaba sus historias,
aplaudían,
a veces sonreían.
El hombre pasaba la semana inventando sus historias,
y sus moralejas. A veces no dormía. Otras, las soñaba.
Pero un día, el hombre se cansó.
Y contó una historia sin moraleja.
Nadie aplaudió,
nadie se fué,
sólo el hombre.
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1 comentario:
Que bueno esto!
Igual no puedo sentirme identificada. Cuando yo hablo todos se paran y se va.
MORALEJA: amordazar a la Vicky...ja!
Un beso dear Marc! Vic
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